Los 4 tipos de apego emocional

La forma en la que nos relacionamos dice mucho de nuestra personalidad y de nuestra historia de vida.

Los 4 tipos de apego emocional

Por apego se entiente la vinculación afectiva, intensa y duradera que se desarrolla entre dos individuos. Estas relaciones se forman ya desde el nacimiento, y van cambiando a lo largo de la vida dependiendo del entorno y las personas con las que tenemos convivencia.

El psicoanalista inglés John Bowlby fue el primero en presentar la teoría del apego, pero fue Mary Ainsworth quien categorizó los tipos de apego en la etapa infantil. Estableció cuatro categorías diferentes, y entenderlas siempre resulta muy interesante, especialmente para quienes tengan hijos.

Los 4 tipos de apego emocional

Desde el momento del nacimiento el bebé es muy perceptivo a la figura materna. Las reacciones, emociones y comportamientos de la madre son muy importantes, y es que es con ella con quien se establece la primera relación de apego. Entre los 6 y 9 meses, el bebé establece un vínculo con ella a pesar de poder tener miedo de otras personas que no conoce.

Si el apego es seguro y saludable, el bebé sabe que tendrá quien lo proteja ante una sensación de amenaza. Esto le brinda seguridad y confianza para explorar y establecer relaciones fuera de su círculo seguro. Si el apego no es seguro, el bebé manifestará otro tipo de actitudes.

1. Apego seguro

Cuando existe un apego seguro, el niño se siente confiado y seguro con su entorno. Este apego es una construcción que se lleva a cabo desde los primeros días de vida. El vínculo afectivo se formará en esta primera etapa si la figura de cuidado le brinda al niño atención y cuidado ante sus reclamos. Con el tiempo y conforme el bebé va creciendo se fortalece.

En los primeros meses de vida, la forma que tiene el bebé de expresar que necesita algo y pedir auxilio es sobre todo llorando. Por esta razón es importante que que los padres aprendan a detectar sus necesidades y las atenderlas correctamente.

Los bebés que cuentan con este apego seguro sienten confianza y seguridad. En el momento en que perciben algún tipo de amenaza o problema por resolver piden ayuda. Si su figura de apego atiende de alguna forma a su llamada el apego seguro que se estará fortaleciendo.

Como resultado de esto, un niño que mantuvo un apego seguro se muestra confiado en entablar relaciones con otros y muestra gran adaptabilidad a nuevos entornos. Por la misma regla, un adulto que ha desarrollado un apego seguro es capaz de entablar relaciones afectivas estables, comprometidas y basadas en la confianza. Al mismo tiempo no temen estar solos, ni tienen miedo al abandono.

2. Apego ambivalente

Un niño con apego ambivalente tiene la incertidumbre de si sus cuidadores acudirán o no si él los necesita. Ante las primeras llamadas de auxilio que el bebé presenta, su figura de apego acude en algunas ocasiones pero no en otras. Para el bebé se ausenta sin explicación, y no observa su presencia (llamándole a lo lejos, enviando a alguien a atenderlo).

Esto ocurre porque aunque se le ha atendido en algunas ocasiones pero no en otras. Esta inconsistencia le provoca una constante incertidumbre al no saber qué esperar de su cuidador y figura de apego. Al comenzar a gatear y poder alejarse, lo hace muy poco y con mucho nerviosismo, sin perder de vista a sus cuidadores y sin concentrarse en su actividad principal.

Por esa razón, los niños que presentan un apego ambivalente suelen mostrar una constante actitud de complacencia hacia con sus padres o cuidadores. Buscan en todo momento su aprobación y no suelen alejarse mucho de ellos. Cuando lo hacen y regresan a ellos se pueden mostrar desconfiados y en ocasiones hasta enfadados por la separación.

Un apego ambivalente en la infancia puede provocar actitudes codependientes en la vida adulta. Presentan un constante temor al rechazo y el abandono que deriva en conductas nocivas para relacionarse afectivamente. Se muestran inseguros y temerosos al cambio.

3. Apego evitativo

En el apego evitativo el niño muestra una total indiferencia ante su cuidador primario. Esto se debe a que durante su primera etapa no recibió cuidado. Cuando no se ha llevado a cabo ni la más mínima relación de afecto no se muestra sensibilidad. Las necesidades del pequeño que se cubren son las de más carácter físico y urgente.

Si los padres se han mostrado indiferentes ante el bebé o incluso han mostrado actitudes de rechazo comienza a construirse una relación diferente a las anteriores. En el apego evitativo el niño sabe que sus necesidades no serán atendidas, y que incluso sus emociones le son molestas a sus cuidadores.

Debido a esto el niño muestra una falsa independencia. Ante la ausencia de su figura de apego no muestra enojo ni tristeza ni preocupación (aunque pueda sentirla). Asu regreso el niño no manifiesta alegría por su llegada, ni tampoco enfado por su ausencia. Sin embargo, el miedo a encontrarse solo o con extraños existe a pesar de no manifestarse.

En su vida adulta estas personas son incapaces de mostrar sus emociones. Les resulta difícil sentir empatía, y al mismo tiempo temen al abandono y a estar solos. Sus relaciones afectivas se ven ensombrecidas por sus inseguridades y temores y por su falta de expresividad y comprensión.

4. Apego desorganizado

El apego desorganizado está asociado a maltrato y violencia familiar. En este tipo de apego se ha ido del apego evitativo al ambivalente durante lapsos largos de tiempo. Aunque hay momentos donde se ha atendido al bebé y se le ha dado manifestaciones de afecto, por otro lado la mayor parte del tiempo se le ha ignorado o agredido.

Cuando el bebé adquiere movilidad, ya sea gateando o caminando se aleja poco de sus figuras de apego por inseguridad y temor a no ser auxiliado si lo requiere. Al mismo tiempo, puede mostrar rechazo si se le intenta dar afecto. Arranques de ira muy fuertes pueden comenzar a presentarse en esta etapa o más adelante.

En ocasiones, un niño con apego desorganizado muestra rechazo a sus padres. Busca evitarlos, les huye y prefiere no estar cerca de ellos. Sin embargo, hay ocasiones en las que puede sentir añoranza y querer estar con ellos. Normalmente cuando esto ocurre, vuelve a aparecer el rechazo. Todo esto acompañado de una mala o nula gestión de emociones por parte del niño.

En la vida adulta un apego desorganizado complica mucho a las personas el hecho de relacionarse afectivamente. Los arranques de ira son frecuentes, sin tener ningún tipo de herramienta emocional para manejarlos. Tanto en niños como en adultos generalmente se requiere terapia psicológica para sanar las heridas y poder rehacer los vínculos desde una base saludable.

Referencias bibliográficas

  • Wickens, A. (2004). Foundations of Biopsychology. 2a. ed. Prentice Hall.
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